Un mundo ficticio

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A veces siento que vivo en un mundo ficticio. Uno se levanta cada día, va al baño a terminar de despertar el cuerpo, se despereza y prepara los desayunos: el de la esposa, hijos y el propio; hay que dejar la cocina lo más limpia posible, porque así se quedará hasta el final de la tarde y es mejor que las cucarachas y sus primas chiripas no hagan fiesta durante el día; luego, se despierta a los niños: al más grande con unas palmadas al aire, un buenos días casi gritado; al otro, más pequeño, con una canción de buenos días y caricias en su espaldita; otra vez al baño, para una ducha y luego vestirse para salir corriendo a dejar a los niños en la escuela y guardería. Y minutos después, se sobrevive a esas ocho horas inertes, sin vida.

Y pienso que debe ser un mundo atribulado por un libro que alguien lee y será por eso que los días son así, tan inverosímiles. Y si es ficticio, ¿qué realidad nos queda? ¿Qué “otra” realidad nos separa y nos encuentra? ¿Acaso no es más real ese libro que nos quita horas de vida en este mundo ficticio para que lo vivamos en esos mundos que existen tras el papel? Ese alguien que nos lee, pensará algo similar, imagino.

Julio Garmendia (1898-1977) escribió El Cuento Ficticio (La Tienda de Muñecos, 1927) como una declaración de principios inverosímiles. No por increíbles, sino sobre lo inverosímil. Lo ficticio es lo único que cuenta a la hora de contar sus cuentos. Rehuye de cualquier realidad, aunque también parezca inverosímil, como la de este mundo ficticio. De ahí que el escritor y ensayista Oscar Sambrano Urdaneta (1929 - 2011), uno de sus más minuciosos estudiosos, nos habla de que Garmendia fue un «innovador genial del relato breve»; trabajó, muy adelantado a su tiempo, diversas variantes del cuento que años después surgirían como movimientos o estilos generacionales: el realismo fantástico, lo real maravillo y el realismo mágico.

¿No parece curioso que, salvando las distancias semánticas, lleven estos tres nombres (o clasificación) la palabra «real»? ¿Y acompañada por otra palabra que, sinónimos más, sinónimos menos, signifique «inverosímil»? La realidad no es más que otra forma de inverosimilitud.

El Cuento Ficticio inicia con esa temporalidad incierta que arropa a los cuentos de hadas. Es un inicio perfecto. O casi, para no ser tan absoluto. Es difícil no sentir agrado y hasta compasión por la voz de ese personaje narrador que inicia el cuento, nos envuelve y nos hace partícipe de sus angustias y miserias por formar parte ahora de aquellos «seres descompuestos», «verídicos» y «hasta reales», cuando eran, en tiempos remotos, personajes inverosímiles e irreales.

Y lo cierto es que a veces uno se siente como un personaje irreal, un personaje de algún libro burlón que hace dejarle a uno, esa sensación de vaga ensoñanción, como si de repente, todo tu mundo pareciera existir sólo porque tú vivas en él, está puesto allí para ti, para que hagas lo que algún escritor chiflado escriba en ese libro que tiende a ser la vida. No hace falta ahondar mucho en esto, cientos de páginas mucho mejores que ésta se han escrito con suficiencia.

Garmendia fue también un personaje inverosímil. Nos lo demuestra Urdaneta en «Los borradores secretos», introducción del libro póstumo «La motocicleta selvática» (Criteria, 2004). Cargado de anécdota y en un tono detectivesco, Urdaneta no sólo nos narra cómo surgió aquél libro póstumo, sino además, nos da un perfil brumoso pero humano, totalmente inverosímil pero verídico, de este entrañable escritor. Vivió muchos años en Europa y al volver, se refugió en un cuarto del Hotel Cervantes en Caracas, junto a su pareja la estoniana Hilda Ilves Nollman de Kehrig. Vivió quizás de la pensión o herencia familiar o quizás de sus ahorros, me gusta imaginar que vivió bajo la ayuda de amigos; mantenía una rutina diaria de lecturas, escritura y vida. Es difícil imaginar, en estos tiempos, cómo alguien pudo vivir así. Quizás rayo de ingenuo y más de uno, en la Venezuela de hoy, hace gala de una vida más allá del quince y último de cada mes. Aún así, parece increíble (inverosímil) la vida de Julio Garmendia, al menos bajo la mirada (y el recuerdo) de Oscar Sambrano Urdaneta.
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Librerías, crisis y otras elucubraciones



Uno de los mayores logros de toda literatura es que hace creíble lo increíble y nos lleva a la verdad pura por los caminos de la más pura inverosimilitud.

Denzil Romero



Recientemente leí un artículo del muy respetado librero Rodenei Casares1. Un interesante texto, con recomendaciones incluidas, escrito para libreros en tiempos de crisis y escasez, al parecer una de las pocas cosas que más abunda en nuestro país. Apunta Caseres que años atrás la industria del libro en Venezuela pasó por una crisis similar a la actual (aunque sin esa ponzoña de “escasez” entre pecho y espalda) y que “(...) las editoriales, internacionales y nacionales vieron una oportunidad en la crisis y apostaron por comenzar a editar a autores venezolanos.” Esta afirmación llamó mi atención. Sigue el escritor/librero:


Durante ese tiempo las librerías tomaron otra cara, las vitrinas y las mesas se fueron llenando de libros hechos aquí, por autores de aquí, cosa que era muy difícil que pasara, nunca ibas a ver a un Vargas Llosa al lado de un Federico Vegas, por ejemplo. Antes de eso, los libros iban directo de las cajas a las estanterías. Ni los libreros, ni los editores le dábamos el valor que merecían. La crisis nos puso los pies en la tierra y nos obligó a buscar soluciones.


Aplaudo, con algo de tristeza, las agallas del librero para afirmar lo anterior. No debe ser fácil confesar que parte del problema en la difusión de los escritores venezolanos y la literatura venezolana en general, viene precisamente de ese escalafón de la industria. Esa amalgama de editoriales, libreros y librerías. Que lo libreros hayan tenido una, ínfima, irrisoria, mínima, responsabilidad en la falta de promoción de nuestra literatura no deja de crear una sensación de pena, casi de vergüenza. Y que hayan puesto “los pies en la tierra” por las actuales crisis, mucho más. Y es que no concibo la idea de que una crisis (como aquélla, como la actual) tenga que ser determinante para la (debida) promoción de los escritores nacidos acá. Al menos, por parte de los libreros y sus librerías. Quizás sea cierto que las crisis engendran oportunidades, pero sigo renuente a considerar tal correspondencia.

Tomando la palabra de Casares sobre la poca difusión de nuestra literatura “antes” de las actuales crisis, atrevo elucubrar otras ideas.

Cada tanto surge el tema. El de la crisis del libro y literatura venezolanos. Los diagnósticos que cada generación de escritores (en su mayoría narradores, aunque algún crítico literario asoma sus narices o sus opiniones) hace del tiempo que le corresponde, la circunscribe en este espacio venezolano que, como escribió en algún momento el escritor y crítico Carlos Sandoval2, contribuye a crear una especie de sensación insular a esta tierra firme. Tomo prestado, con el permiso del también escritor y crítico Luis Barrera Linares, lo que él mismo afirmó en una entrevista, que la venezolana es una literatura que pareciera sólo aspirar a “ganarse la gloria a la vuelta de la esquina3.

Algunos autores apresuraron a dar algunas apreciaciones al respecto en estos últimos años: algunos hablaron de que la literatura venezolana vive su mejor momento, aunque todavía existen debilidades en la promoción de la obra y su autor; otros aseguraron lo contrario; unos se quejaron de los críticos enclaustrados en las cuatro paredes de la academia, mientras que para muchos el problema parte de la desconfianza de las editoriales en el escritor venezolano. ¿Y el talento? Desde que Don Arturo Uslar Pietri afirmó que no se puede promover una literatura que no tiene un valor en si, nuestros escritores parecen tomárselo muy en serio (o muy a pecho).  

Creo que el análisis no puede limitarse a un asunto de existencia o inexistencia de un talento literario en nuestros escritores: es una cuestión relativa. En cualquier caso, el talento se ve en individualidades y no en una literatura nacional. Tampoco puede limitarse a un asunto del otorgamiento o no de un premio o reconocimiento literario; o a un asunto de venta, de best-seller que tiene un fin último de ganancias. El asunto no es si las editoriales desconfían o no de los escritores venezolanos. El tema es, atrevo a preguntarme, si seguir considerando a la literatura venezolana como “literatura venezolana”. La editorial española Anagrama, por ejemplo, no dibuja un marco diferenciador entre el escritor venezolano Alberto Barrera Tyska y los demás escritores de su catálogo. Barrera Tyska es un autor más que engrosa la larga lista de escritores internacionales de esta editorial.

Lo cierto es que, releyendo lo escrito, las ideas se fueron hacia otro lado. Hablábamos sobre libreros y librerías y crisis y escasez. Y pensaba escribir sobre la librería que, en estos tiempos de crisis, he imaginado abrir como negocio de vida, aún cuando no tengo la menor idea de cómo montar un negocio ni mucho menos vena de empresario; ni tampoco sé cómo podría ser librero, así como tampoco sé cómo podría ser escritor. Quizás, así como me aferro a ser un intento de escritor, en mi imaginada librería sea también un intento de librero.

Esta conversa, acaso, prefiero que la dejemos para otro momento.





1Crisis vs libreros, Rodnei Casares. http://creativa.sacven.org/?p=6862

2Carlos Sandoval, Papel Literario, El Nacional, 7/05/05, Pág. C8


3Luis Barrera Linares: Si los escritores no miran hacia afuera se condenan a la inexistencia. http://ficcionbreve.org/luis-barrera-linares-si-los-escritores-no-miran-hacia-afuera-se-condenan-a-la-inexistencia/
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Lectura digital o la indigencia







Hasta hace poco, creo, fui un lector algo romántico. Aún cuando el ámbito laboral en que estoy sumergido me encasilla a ser un tecnócrata confeso, en el mundo literario me negaba al uso de lo "último en tecnología" para leer. Quizás porque lo último en tecnología es hablar también del último grito de la moda y demás está decir que aborrezco las modas. ¿O será que me equivoco y sólo es por aquello de lo romántico? En cualquier caso, hasta hace unos cuantos meses me negué a leer sobre una pantalla digital. Leer ficción, claro.

El libro, el objeto, no sólo me parece el mejor invento de la humanidad, preservando su memoria y su imaginación, sino que trae tras de sí una serie de "motivadores sensoriales" que hace que te conviertas en eso que dije al principio: un romántico. El olor, la textura, el color del papel, del texto, los sonidos únicos de un pasar de páginas (pudiera agregar el sabor, aunque no llego a tales extremos). Toda una experiencia para los sentidos.


How Not To Download an E-bookby ~Matthileo - devianart



Desde hace unos cuantos años colecciono, bajo el mundo picaresco de la piratería, libros en formato digital portátil. Me refiero en pdf. Pero nunca pude leer más de tres páginas en la pantalla del computador, inclusive si era un libro imposible de conseguir en papel en la ciudad donde vivo. Seguí coleccionándolos, sin convertirme en un coleccionista profesional, sólo para tenerlos como referencia, para consulta rápida, para leer alguna página o párrafo en particular o tomar alguna cita interesante.

Luego, llegaron los formatos que caracterizan a los libros digitales de ahora. Y sus dispositivos de lectura digitales. Tampoco me convencieron y tampoco pensé en gastar dinero en esos dispositivos. Mi experiencia de lector en ese mundo virtual se encontraba lejos de empezar. Y empezó por una necesidad ingrata: Sin poder precisar hace cuántos meses atrás, paseaba por una de las pocas librerías que existen en mi ciudad. ¡No encontré libros por debajo de cien bolívares! Unos 12 euros o 16 dólares estadounidenses. Puede parecer un drama excesivo de mi parte, pero vislumbré el fin del mundo.

Entre doscientos y trecientos bolívares se encuentran las novedades editoriales en Venezuela. Y hasta más. Para este lector romántico, supuso el fin de las compras mensuales de libros: de dos o tres obras que adquiría al mes hace un años atrás, actualmente he dejado de comprarlos. Al menos no con esa periodicidad y cantidad. Y no por gusto. Ahora recorro las librerías como un indigente recorre las cafeterías y restaurantes de la ciudad.

La solución, como se habrá inferido, fue comenzar a leer a través de la pantallita de esos llamados teléfonos inteligentes. Por supuesto, a bordo siempre del barco pirata y con pata de palo, porque sin las divisas necesarias imposible adquirir los e-books ofertados en Internet.

Pero no voy a quejarme.

Acabo de leer mi primer libro digital, la novela 1Q84, libros 1 y 2 del japonés Haruki Murakami. La experiencia no fue mala, pero tampoco fue satisfactoria. Aunque ya había leído en papel (ahora hay que apellidar al libro, digital o papel) Kafka en la orilla del mismo autor dejándome un buen sabor de boca, ésta otra no dejó mucha sombra en mí. No puedo asegurar si la culpa fue de la vaca (del formato digital) o no. Aún así, pude leer ese libro en esa pantallita. Todo un logro.

Lo cierto es que poseo una biblioteca digital de 265 libros y en constante aumento, entre clásicos latinoamericanos y universales, algunos gratuitos y la mayoría “pirateados”. Entre ellos, algunos de los que he tenido que resignarme a leerlos digitalmente por la imposibilidad de comprarlos en papel: un par de libros de Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas, Antonio Muñoz Molina, Ian McEwan, Eduardo Mendoza, entre muchos otros.

Luego del autor japonés, continúo con La noche del oráculo de Paul Auster (esta vez sí en libro de papel) y para la pantallita digital (y no perder la recién adquirida costumbre) Mientras escribo de Stephen King. Mientras espero, a ver cuándo abandono esta indigencia literaria. O ésta me abandone a mí.

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A la postre un bartleby




La mayoría del tiempo me niego a escribir. La pesadez, el tedio, la flojera pero también el miedo y la frustración invaden algunos órganos como un cáncer. Y por desgracia o por fortuna, hace metástasis diariamente. Prefiero sumergirme en la fantasía de que escribo cuentos y novelas. A la fecha, ya tengo un libro de cuentos, un par de novelas y una trilogía de novela fantástica escritos. Y hasta publicados. No hay mayor realidad que la que llevamos dentro, escribió Hesse.

Sin embargo, intento. Sigo intentando. Y sigo negando. Quizás me haya convertido en un bartleby, aunque eso suene un poco pretencioso. Al menos, en una sombra de bartleby. En un intento.

Este (segundo) blog, espero sirva para un garabateo más constante y sobre cualquier cosa. A ver si venzo este cáncer literario.

Bienvenido sea.
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